sábado, junio 26, 2010

jueves, julio 09, 2009

Todo hueso pega.

Toda costra cae.

Aunque la herida vuelva a sangrar
costra vuelve a ser
costra vuelve a caer.

miércoles, noviembre 19, 2008

En sus manos

El pecho apretado respiraba con dificultad y un ligero pito salía de mi boca con cada espiración. Era un ataque de asma que había desarrollado durante las horas nocturnas. Muy extraño, hacía muchos años de mi último ataque y de pronto ése, sin previo aviso. Quizás efecto del humo ingerido durante las últimas semanas ya que había fumado mariguana en exceso para mitigar la ansiedad, o quizás el simple resultado de un cambio hormonal.

Después de pensarlo un poco me levanté a pausas de la cama y me dirigí a la caja de medicinas en busca de mi bomba de ventolín; antes de presionarla en mi boca vi que había expirado hacía más de dos años, así que inmediatamente la boté. Entonces me preocupé, ese tren sonando desde mis pulmones, esa picazón en la parte inferior de la garganta, esa especie de asfixia y yo sin nada para medicarme.

Abrí el chorro de agua del lavamanos, me humedecí la cara y el escaso hilo de aire terminó de cortárseme cuando vi mi reflejo en el espejo. ¿De dónde habían salido esas líneas púrpuras? Me acerqué aún más y descubrí que eran las marcas de dos manos apretándome el cuello.

Dos manos grandes, fuertes, manos de hombre trabajador, manos que dan ganas de tocar, manos que dan ganas de que nos toquen. Esas manos eran ideales para arrancarnos la ropa con un mínimo esfuerzo, para sostenernos en la calle mientras damos un paseo, para acariciarnos ásperamente los pechos y las nalgas. Manos sexis, manos que despiertan el deseo. Los dedos largos y huesudos, perfectos para una previa penetración en el proceso del calentamiento.

Nunca antes había visto manos tan hermosas y bien formadas. Nunca había entrelazado mis dedos en dedos como esos. Nunca había lamido ni mojado con mis flujos una palma con líneas tan definidas y ahora, de la nada, aparecían en mi cuello.

Esperé despierta a que fuera el nuevo día. Al salir el sol me bañé sin prisas, me maquillé las marcas y llamé a la oficina para reportarme enferma. Aún sin cita acudí a mi viejo médico. Al llegar mi turno me chequeó por completo y no pudo esconder la pena que sintió al descubrir las marcas en mi cuello. Luego de un ciento de preguntas me recetó un sin fin de nuevos medicamentos y me mandó a casa.

Pasaron los días, los meses, los años y nada me alivió. Por más medicamentos novedosos y extraños que probé, nada alivió mi asma ni borró las marcas. Durante el día podía hacer mi vida normal, pero siempre, al caer la noche, regresaba esa angustia por el no respiro, ese sonido agudo envolviendo mi ambiente, esas líneas alrededor de mi cuello.

Me internaron en hospitales varias veces, me enviaron a psiquiatras, a curas de sueño, a clínicas de acupuntura. Yo por mi cuenta visité todo tipo de sacerdotes, pastores evangélicos, y hasta un brujo que me recomendaron en un rincón perdido en Santo Domingo, pero nada me dio un nuevo aliento.

Desde entonces respiro siempre por las noches con dificultad y duermo sola, acompañada únicamente de sus manos. Manos de hombre fuerte, de hombre trabajador, manos que dan ganas de tocar y de que nos toquen.

lunes, octubre 27, 2008

Una bala perdida siempre encuentra un lugar

El escenario pudo ser el sillón negro de la sala, la librera turquesa del estudio. Mi almohada o la refrigeradora nueva. El árbol de mandarinas, el platanal. Pudo ser cualquier esquina, cualquier rincón de casa o incluso mi espalda. Pero fue su mágico espacio, su territorio sagrado, y mi instinto de madre, de hembra feroz se desplomó.

Ella entró a su cuarto, tiró su cajita de juguetes y cayó el plomo. Yo volteé inmediatamente la mirada y vi el agujero, vi la telaraña en la ventana, vi los vidrios en el suelo, vi los pedazos de plástico esparcidos, vi su cuerpo menudo a la misma altura del agujero y vi mi muerte. Y vi la muerte de todos, del mundo, por que fue al mundo entero a quien odié. Porque en ese momento no quería a más nadie que a mi hija. Que nadie se acercara, que nadie la pensara. Cientos de lágrimas me corrieron por el cuerpo, me convertí en un temblor humano. Los mosaicos del piso se partieron en pedazos y yo me hundí. Hoyo negro. Nunca antes tuve tanto miedo. Y grité y maldije y hasta recé. La abracé aterrada y no quería soltarla.

Desde esa noche, ella duerme conmigo, al lado, muy cerquita. Han pasado los días y la puerta de su habitación permanece cerrada, como si algo hubiera pasado. PERO NO PASO. NO PASO. Eso dice mi padre, eso me dicen todos, NO PASO. Pero yo sigo con miedo, sintiéndome fría, llorando a solas, aferrándola a mi. En medio de mi temores escucho los tiros, distorsionados, con eco, a distancia, a pocos metros.

Oigo el pum en mis oídos y para no ceder al terror me repito que no es real, que es el sonido de un trauma en mi cabeza, que no existe, que en mi país nadie dispara, nadie lastima, nadie mata, nadie muere....

lunes, junio 16, 2008

Se rehabilitan los bolos
los piedreros
los que se inyectan.

No las locas
las flacas
las ojerosas
las hiper tristes.

A esas almas se las lleva siempre el diablo

pueden parir cien vidas
que siempre se seguirán viendo muertas.

Son la depresión andante
los pellejos rancios
los esqueletos sin gracia

Se droguen o no
la amen o no

ellas serán siempre las disfuncionales
la eternas discapacitadas
las deficientes.

sábado, mayo 17, 2008

Mi presencia
una ausencia.

Depresivamente enclencle

metro y medio de silencio
ojeras como ojos
naríz en desequilibrio.

Sino fuera por mi rabia
que insiste en pelar colmillos

por esta evidente espuma

se diría que no existo

o
mejor dicho

no se diría.

miércoles, mayo 07, 2008

Odio a los gringos, a todos, por igual. Si veo alguno en la calle me
cruzo de banqueta porque si me topo frente a frente, con uno de
ellos, le escupo la cara. En cada rostro rojo, en cada cabeza
amarilla veo mi desgracia. Uno como ellos alimenta a mi hijo, uno
como ellos lo baña con agua tibia, uno como ellos lo abraza por las
tardes, uno como ellos le da el beso de buena noches, lo ve dormir
y lo calma en la madrugada si tiene malos sueños. Yo, siempre tengo
pesadillas, y nadie me calma. Hace mucho tiempo me lo arrancaron y
nunca más pude volver a descansar. Si cierro los ojos oigo su risa
con eco y no soporto el dolor en los oídos. Si abro los párpados
me veo reflejada en sus ojos redondos y no logro contener el llanto.
Desde que se lo llevaron soy un chorro abierto, toda mi piel está
reseca de tanto llorar.

Hoy se cumplieron once meses desde la última vez que lo tuve en
mis brazos, él estaba dormidito, prendido a mi chiche, acurrucado
con mi calor; de pronto un par de hombre pasaron corriendo y me
lo arrebataron. Como si fuera una cartera, como si fuera un celular.

He ido a la policía día tras día, he hablado con abogados, jueces,
periodistas y nadie ha hecho nada por mi. Cada vez que
descubren una casa cuna clandestina se me llena el alma de
felicidad con la esperanza de encontrar allí a mi hijo pero no ha
sido así. El seguramente ya está lejos, con una familia gringa,
esas que no pueden tener hijos y los compran. Mucha gente dice
que ellos no saben nada, pero yo no lo creo, no lo puedo creer.
Cómo no van a sospechar que hay algo raro, si adoptar un niño no
es como comprarse una hamburguesa. Ellos tienen todo el dinero
del mundo pero no pueden tener hijos. Entonces vienen aquí y en
una semana ya van de regreso con el chiríz en brazos. Le pagan a la
Embajada, a los diputados, a las hermanas de los diputados,
a los jueces, a los abogados, a los policías, a las mujeres de
la casa cuna, a los roba chicos.


Yo no tengo nada para pagarle a nadie pero no te dejo de buscar.
No como, no vivo.
Soy una hembra feroz buscando desesperadamente a su cría.
Tú nunca vas a dejar de ser mío.
Aunque te hayan llevado a quien sabe donde
aunque no nos volvamos a ver.
Aunque a ti se te olvide mi voz
a mi no se me olvidará jamás tu olor.
Yo siempre voy a ser tuya.
Yo te amé desde que supe que existías.
Yo te esperé.
Yo te parí.
Estamos unidos.
Tú, para vivir, tuviste que atravesarme.


Una vez un juez de me dijo que ya me olvidara
de mi niño, que de seguro ya estaba con una familia
de allá, que iba a tener un buen futuro, que estaba
mejor. Yo sentí que el estómago se me volvía fuego
y me le tiré encima para aruñarle la cara. Me sacaron
de la Torre a jalones, a empujones, me amenazaron
con meterme presa y ahora ya no me dejan entrar.

No sé que hacer, a quién acudir, día con día salgo de
madrugada y me voy a caminar por todo tipo de barrios,
todo tipo de calles. Tengo una foto de Jorgito siempre
conmigo y se la enseño a todo el mundo para ver si
lo han visto. Le pregunto a la gente en las aceras,
a los que van en la camioneta, a los choferes, los
vendedores del mercado, las cajeras del super, los
basureros, los chicleros, me meto a las iglesias,
a las oficinas, a los bares y restauranes,
le pregunto a todos. Todos, menos a un gringo.

Si veo a uno bajo la mirada y me voy huyendo,
no vaya a ser que no me controle y me le tiré encima.
Y yo no quiero estar presa, no puedo. Tengo que
seguir buscando, tengo que encontrar a mi bebé.