lunes, octubre 08, 2007

Soy una cabeza















a kilómetros de distancia
nacerán gusanos
de mi cuerpo.
Es verdad lo que decían

-la muerte-

no pesa.

viernes, octubre 05, 2007

Se conocieron cuando los tres tenían siete años, el pato y el pelón eran hermanos de papá y los dos vivían juntos con la mamá del pato. El chato era el vecino de la casa del frente, hermano de 7 patojos más chiquitos que él. En ese entonces el pato y el pelón ya se llamaban así, el chato era Juan.

Los tres iban a la misma escuela, al mismo grado y se sentaban juntos en la clase. Juntos se iban sin desayunar a la escuela y juntos volvían a la casa sin almorzar. Las tardes se sentaban en las esquinas del barrio a no hacer nada, a veces se iban más lejos, al barrio de al lado y aprovechaban para robar bolsas a las señoras en el mercado. A veces sacaban para los tortrix a veces no, a veces sacaban para los cigarros, a veces no.

El año que los tres cumplieron catorce se fumaron la primera piedra, fumaban mota y tomaban guaro, pero nunca habían fumado crack. Los tres vomitaron a la octaba piedra.

El pelón, el pato y Juan tenían cada vez más aguante a todo, a los vergueos con la familia, a los dolores de cabeza después de un desmadre, a las heridas abiertas de los tatuajes, a las pateadas de los que les seguían en jerarquía. A Juan un día su papá le quebró la naríz de una manada, desde entonces es el chato.

El pelón, el pato y el chato también fueron agarrando práctica en el arte de presionar el cuchillo sobre las partes más sencibles de las víctimas y con el tiempo aprendieron a manejar todo tipo de armas y a disparar sin miedo, aunque el futuro muerto los estuviera mirando a los ojos.

Eso sí, los tres robaban y mataban lejos, nunca en su barrio. En su barrio les sabían el nombre y los tenían por buenos patojos. Un día llegaron al barrio dos tipos en moto y les dispararon a quemarropa a los tres. Murieron juntos un viernes a las siete de la mañana. Al chato le dieron siete tiros, al pato dos, al pelón cinco. A un niño que iba a la escuela con su mamá también lo alcanzó una bala y se murió, tenía siete años.

jueves, octubre 04, 2007

Me encanta la lluvia, el olor a tierra mojada se mete por mi naríz y me da una sensación placentera. Me despierta las ganas, de todo. Un chocolate caliente con una docena de mashmelos encima, una pelí pirata que no hayan estrenado en el cine y una colchita donde meter los pies. Me gusta más cuando un amigo me hace compañía y quizás otras cositas que nunca caen mal. Lo único malo de la lluvia esque a veces, cuando me agarra de sorpresa en la calle, me moja el cabello que tanto me costó peinar.

Los ojos los tengo secos de tanto llorar y el cielo no se apiada. Llueve y llueve y no deja de llover. A mi niño de cinco años se lo llevo el agua y no voy a vivir tranquila hasta que tenga su cuerpo, quiero darle sepultura. El era lo único tenía, al otro patojo me lo robo una bala perdida, de eso hace más de tres años pero a mi no se me olvida, todavía lo sigo llorando. A mi Herson aún tengo esperanza de hallarlo, por eso vengo aquí todos los días. Los vecinos me dicen que le pida resignación a dios. Yo no quiero resignarme, sólo quiero que los bomberos encuentren a mi Herson pero ellos dicen que no pueden seguir buscando porque la lluvia no deja de caer.